12/2/2014 0 Comments In a world... (2013)Esta película es un buen ejemplo de hasta qué punto la industria cinematográfica hace compromisos con las demandas de las teóricas feministas, según la premisa de “se dobla, pero no se rompe”. Se trata de una comedia. Por lo tanto, los personajes están siempre a punto de caer en el abismo, pero al final se salvan... todos. En el camino se permite hacer algunos pequeños movimientos en dirección a lo que Judith Butler llama “el corrimiento de la norma”. ¿Caerá bajo la ley del Efecto mariposa? Se verá próximamente. La cosa es así: Caroll, protagonizada por la propia directora novel y guionista del film Lake Bell (guauuu, mujer orquesta), parece una adolescente en talle 38. Es decir, tiene 30 años, pero no ha logrado todavía encontrar su lugar en el mundo. Empezando por un departamento o algo parecido. El padre la echa amablemente de la casa al comienzo de la película, porque decidió convivir con su novia que tiene la misma edad de la hija. Es decir, si es un cabrón, que no se note. O como esa de “porque te quiero, te aporreo”. Sin demasiado dramatismo, Caroll hace el bolsito y se va a dormir al sofá de su hermana. Ésta, por su parte, agrega una segunda línea, algo innecesaria desde el punto de vista dramático, pero que tal vez sirva para subrayar el papel lábil y dependiente de estas dos hijas. Dani, así se llama, está en un momento de duda acerca de su matrimonio y casi, casi, cae en la trama de un irlandés seductor, que la atrae justamente por su acento exótico. De acentos trata toda la película, de voces y de modulaciones. Caroll trabaja como entrenadora de voz. Su deseo, no obstante, apunta a avanzar en una profesión en la que su padre se ha destacado y ha hecho carrera, que es la de hacer los “voice-over” de los trailers de las grandes producciones de la industria cinematográfica. No es como heredar una farmacia. La lucha y la competencia son terribles, porque parecería ser que los egos juegan un rol central y empañan el profesionalismo inherente a toda profesión liberal. A lo que se suma, que existe un claro techo de cristal. Y aquí se juega la parte feminista del film. Lograr el puesto para cubrir la voz del trailer de una cuatrilogía personificada por mujeres (se la ve fugazmente a Cameron Díaz en el papel de la amazona revolucionaria que dirige una horda de féminas para recuperar su territorio), implica algo más que desbancar al padre y dar lugar al necesario recambio generacional. Implica abrir un espacio hasta ese momento vedado para las mujeres en Hollywood. Nótense las ironías, subrayadas por esa hiperinflación tan hollywoodense, a propósito de la necesidad imperiosa de estar superando siempre las propias fronteras. La saga es una cuatrilogía, algo oportunamente subrayado por los personajes. El trailer es una evidente parodia a los blockbusters que inundan las pantallas actuales. Genna Davis, que aparece al final como la empresaria “hardboiled” que deberá elegir al ganador/a para el trabajo, lo pone negro sobre blanco: es el negocio, estúpidx! Para ella, amazona al fin, la meta se reduce simplemente a hacerse del lugar, para seguir multiplicando lo mismo de siempre. Una jibarización del feminismo. La vuelta de tuerca feminista del film, entonces, no radica en ganar o no ganar el puesto. Aunque convengamos en que eso ayuda. La industria cinematográfica está en el centro de la crítica, en tanto que emergente de una sociedad patriarcal, línea simpáticamente trabajada a partir del padre. No es tan terrible el tipo, pero jode. Es decir, parece un padre cariñoso, preocupado por el bienestar de ambas, Caroll y Dani. Sin embargo, por alguna razón, las hijas no comparten su entusiasmo convivial. Debe ser porque el padre las está desanimando todo el tiempo, porque las “feminiza”, lo cual en lenguaje macho quiere decir que las coloca en un lugar inferior, subalterno, bonito pero irrelevante. No parece ser tan acuciante el miedo del padre a ser desbancado, cuando al comienzo de la película le aconseja a Caroll que se dedique a copiar acentos, que le salen tan bien. El pánico le sobreviene recién hacia el final, cuando se da cuenta de que de verdad puede quedar emasculado por su propia hija, cuando ella se apropie de la Palabra de todas las palabras, la frase acuñada por Don Lafontaine: “In a world...”. En definitiva, la noviecita rubia resulta ser más sensata de lo que hace sospechar su apariencia de “blondie”, aunque apele a los archi-remanidos argumentos pro-familiaristas enunciados en la frase “lo único que cuenta es la familia”. Al menos sirve para que papi acepte el traspaso generacional, la antorcha que llevará finalmente al éxito en la vida. O sea, la sangre nunca llegará al río. Implica para él aceptar que su herederx es un ejemplar del sexo femenino, aunque resulta obvio que él hubiera preferido un varoncito, en la figura adoptada del enervante competidor de Caroll, Gustav. ¿Qué es lo feminista, entonces? Aparte de que la chica buena gana. Y es una chica. La escena final la muestra a Caroll feliz con su profesión de entrenadora de voz y más integrada a su entorno, protagonista de un espacio que es de ella o que ella se ha sabido hacer, al que ella pertenece. No es un final espectacular, sino que más bien tiende a desmitificar el éxito, ese constructo tan norteamericano. La conclusión, que parece evidente para la industria del cine, desemboca en la idea enunciada al comienzo: se dobla, no se rompe. No parece justo pedirle mucho más a un entretenimiento, aunque este producto dé pie para pensar en los techos de cristal, el sexismo laboral, el paternalismo, y todos los desmanes que produce en las vidas cotidianas de hombres y mujeres la estructura patriarcal del mundo que compartimos, ese “woooorld” que se estira pero no se ensancha.
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