Haz clic Otra vez los neoyorkinos le declaran su amor a la ciudad. Y va una más... Con la estética de Woody Allen, pero aggiornada para la generación de Lena Dunham. Es decir, esta película de Noah Baumbach, que ya nos ha deleitado con otras de su creación (a no perderse Margot at the Wedding; además es co-escritor de Life Aquatic), retoma las andanzas de unos personajes a los que se supone que la edad ya les llegó, pero todavía no la encontraron. Es como si nos hubiéramos quedado metidos en la eterna Manhattan (1979), persiguiendo a Mariel Hemingway una vez que es dejada en libertad por el protagonista, Isaac (Woody Allen en persona), para que pueda continuar con su vida, ya concluida su educación sentimental. Y aquí tenemos a Greta Gerwig, dando cuerpo a la Frances del título. La misma ingenuidad de Mariel, su misma rubiedad, sumada a una dosis exacta de empuje como para poder rebelarse en los momentos precisos, y... cambiar de departamento. Frances va dibujando una cartografía por la ciudad, con altas y bajas en correspondencia con los vaivenes laborales, pero sobre todo, relacionales. O mejor sería decir, para hacerle justicia a la profesión que intenta esforzadamente llevar adelante, va bailando una coreografía por los barrios de NY, al ritmo ya no de Gershwin sino de David Bowie. There's no sign of life, tararara ta ra ra..., I'm lying in the rain, but I never wave bye-bye La película abre con unos diálogos tan rápidos que uno casi no los puede seguir. Y son tan banales como acelerados, al punto de que uno se da cuenta de que no es necesario seguirlos. No pasa por los diálogos, sino por tratar de entender como se arman y rearman esos triángulos ¿amorosos? No es amor: es amistad, es complicidad, es dependencia. ¿No es amor? Es lo que el psicoanálisis (lacaniano) ya captó en la estructura triangulada del deseo. En realidad el deseo se estructura a partir de ese Otro, pero no como objeto de mi deseo sino como lugar de mediación, en tanto que el Otro del Otro, que es el deseo de sí mismo. ¿A quién quiere finalmente Frances? ¿A su amiga del college? ¿Todo se complica tanto para que en definitiva sea tan fácil? Porque si no, ¿a qué viene esa fijación con Sophie?, quien alevosamente la deja plantada luego de la primera escena, en la que se juran compañerismo eterno. Tan amiga no era entonces. Pero al final parece que sí. Y, bueh. Nadie es perfecto. A Frances le toca vivir con Benji y con Lev, con quienes conforma un segundo triángulo, tramado de androginia. Con ellos, es un pibe más. Benji y Lev son dos chicos ricos, que por eso la pasan bomba. Es lo que uno se imagina como la vida en NY, no las andanzas patéticas de Hanna/Dunham y sus amigas. Pero Frances está más bien de este lado de la raya. Trabajos precarios, sueños borrosos de artista, regresiones pesadillescas. Como cuando tiene que trabajar sirviendo vino en un catering, en el college en el que estudió, y volver a vivir en los dormis. Nada enviadiable el panorama. Sobre todo si ya se tiene veintisiete años. Frances habla de sus veintisiete años como si todavía estuviera en su adolescencia. Pero no es más una teen, y esos años dorados pasaron hace rato. Entonces eso de “no soy bailarina, sino aprendiz” adquiere un tono de sordidez, una disonancia espantosa con las luces y sombras sólo en apariencias suaves y fluidas de esa NY en blanco y negro. En la película de Woody Allen, los personajes al menos pensaban que estaban haciendo algo de provecho con sus vidas. No sólo comprando Ray-Bans o yendo de fiesta en fiesta. La cosa no es tan mala, porque la lección de Woody ha cuajado. Dejalo, que siga fluyendo. No te aferres a un argumento. Bueno, viene con moraleja. La moraleja es que para crecer realmente hay que tragarse algunos sapos. Ser abandonado, pero no dejar de buscar. Hacer algo de lo que luego debamos arrepentirnos, como Frances que se endeuda para ir por cuarenta y ocho horas a París. Al menos, siempre tendremos París (no podía faltar este horizonte utópico). Aceptar algunas reglas escritas en la letra chica del mercado laboral. Como por ejemplo trabajar de secretaria mientras se pavimenta la rutilante senda de la fama y el éxito, que probablemente nunca llegue. Sobre todo si es la única forma de pagar el alquiler. Lo importante de no negarse a la experiencia, aunque parezca un simple hilvanado de hechos intrascendentes, de idas y de venidas, es que en última instancia es de ahí de donde proviene la fuente de la inspiración. Puede ser que el dibujo tarde un poco en adquirir cierta nitidez. Pero los pasos van dando forma a ese rostro que te mira y es mirado. para modificar.
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Esta película norteamericana transcurre en el sur de Chile y está dirigida por el chileno Sebastián Silva, también responsable por La nana (2009) y Crystal Fairy & the Magical Cactus (2012). De hecho, Magic Magic funciona en conjunto con Crystal Fairy..., no tanto por lo argumental, aunque se vuelve a la relación Chile-EEUU, como por el escenario y por el rol que juega en ellas el actor Michael Cera. El reparto incluye actores de varias nacionalidades. No sólo aparece la muy conocida colombiana Catalina Sandino Moreno, lo cual nos hace pensar a los que vivimos hacia el sur de la frontera del Río Bravo que para los americanos del norte, todos los latinoamericanos somos figuritas intercambiables (como si el castellano no tuviera modulaciones, bah). De todos modos, lo sintomático de estas dos películas es el inefable Michael Cera. Ambas parecen haber sido hechas exclusivamente para él y el nuevo perfil que está tratando de definir, una especie de loquito o más bien un inimputable (algo que lleva a la parodia en This is the End, 2013). Todos amábamos al chico torpe y naïve, aureado por un gigantesco Superyo que le impedía moverse con comodidad en cualquier medio social, sea éste su familia disfuncional en la serie Arrested Development, o el bobo que dejó embarazada a Juno, o el impenitente que peleaba por su chica en Scott Pilgrim vs. The Animation (2010). Bueno, digamos que aquí ya estaba en transición, como una larva. Pegó el salto de Canadá a Chile, la otra punta del planeta, y evidentemente se pasó también a su lado oscuro. Es decir, ahora le toca el turno de entrar en escena al Ello. Lo interesante de Magic Magic es que, si bien en un principio parece estar claro quien es el malo de la película, esa certeza va virando lentamente, conducida por un suspenso bien dosificado. Empieza como una película casi costumbrista, con un grupo de estudiantes que van a pasar unos días a una casa alejada de toda civilización, inserta en medio de un espectacular escenario natural. La mezcla de chilenos y norteamericanos funciona como la descripción de un contexto cada vez más habitual, la de una cultura global que en apariencias achica las distancias tanto físicas como de imaginarios. La película se va transformando en un thriller psicológico, que explora no tanto las fronteras nacionales y sus posibles conflictos, como las que separan los diversos niveles de la subjetividad. O tal vez, una de esas problemáticas como metáfora de la otra. Gira también en torno de los riesgos de esas fronteras inestables que estallan en los aires frente al estímulo correcto, que puede ser cualquier estímulo. No es tan fácil determinar la fuente detonante de los estados neuróticos o psicóticos. Al final, pocas cosas le quedan claras al espectador. La magia se refiere entonces a un estado de enajenación inducido, que hace perder pie a la razón occidental y la deja bogando en la nada. La chica en problemas es Alicia (Juno Temple), la prima de Sara (Emily Browning), una estudiante norteamericana en plena estadía de intercambio. Una situación perfectamente normal. Alicia, que nunca había abandonado los límites seguros de su país (¿seguros?), ahora se encuentra en un territorio extraño y ominoso. Todo huele a premonición o amenaza, desde el vuelo de los pájaros, hasta el susurrar del viento en los árboles. Los que la rodean se manejan con ciertos dobleces y gestos antipáticos, en especial el loquito de Brink (Michael Cera) o la temperamental Bárbara (Catalina Sandino). Ahora caemos en la cuenta de que éste nombre no resulta casual. Porque de lo que se trata es de un conflicto de larga data americana, el choque entre la civilización y la barbarie, bajo la forma de la confrontación entre la América Hispana y la América Anglosajona. Pero las discusiones en torno a la civilización y barbarie también están presentes dentro de la América Hispana en la coexistencia de otras fronteras, como la que se genera entre la población resultante de los procesos colonizadores y los pueblos originarios, los Mapuches. La pregunta obvia es a qué nos referimos cuando hablamos de civilización, y viceversa. ¿Es esa frontera tan clara de delinear? Las dosis de una y otra fórmula nunca se encuentran en estado puro, y la obsesión de pureza sólo conduce a la destrucción, sea de sujetos, de espacios, de culturas. En resumidas cuentas, la película es una travesía postmoderna hacia el corazón de las tinieblas, con notables pinceladas a lo Hitchcock. Mete algo de miedo. Nos pone ante la sensación incómoda de que la psique es un territorio demasiado incierto. Intentar manipularla es como jugar con fuego. De hecho, literalmente Alicia se quema. En tiempos pasados, a las niñitas se les contaba el cuento de Caperucita Roja antes de que se internaran en el bosque. Magic Magic es una fábula para contarles a las niñas, antes de que salgan de viaje por el mundo. En ese sentido, termina siendo un cuento de hadas... a fairy-tale. clic aquí para modificar. 12/2/2014 0 Comments In a world... (2013)Esta película es un buen ejemplo de hasta qué punto la industria cinematográfica hace compromisos con las demandas de las teóricas feministas, según la premisa de “se dobla, pero no se rompe”. Se trata de una comedia. Por lo tanto, los personajes están siempre a punto de caer en el abismo, pero al final se salvan... todos. En el camino se permite hacer algunos pequeños movimientos en dirección a lo que Judith Butler llama “el corrimiento de la norma”. ¿Caerá bajo la ley del Efecto mariposa? Se verá próximamente. La cosa es así: Caroll, protagonizada por la propia directora novel y guionista del film Lake Bell (guauuu, mujer orquesta), parece una adolescente en talle 38. Es decir, tiene 30 años, pero no ha logrado todavía encontrar su lugar en el mundo. Empezando por un departamento o algo parecido. El padre la echa amablemente de la casa al comienzo de la película, porque decidió convivir con su novia que tiene la misma edad de la hija. Es decir, si es un cabrón, que no se note. O como esa de “porque te quiero, te aporreo”. Sin demasiado dramatismo, Caroll hace el bolsito y se va a dormir al sofá de su hermana. Ésta, por su parte, agrega una segunda línea, algo innecesaria desde el punto de vista dramático, pero que tal vez sirva para subrayar el papel lábil y dependiente de estas dos hijas. Dani, así se llama, está en un momento de duda acerca de su matrimonio y casi, casi, cae en la trama de un irlandés seductor, que la atrae justamente por su acento exótico. De acentos trata toda la película, de voces y de modulaciones. Caroll trabaja como entrenadora de voz. Su deseo, no obstante, apunta a avanzar en una profesión en la que su padre se ha destacado y ha hecho carrera, que es la de hacer los “voice-over” de los trailers de las grandes producciones de la industria cinematográfica. No es como heredar una farmacia. La lucha y la competencia son terribles, porque parecería ser que los egos juegan un rol central y empañan el profesionalismo inherente a toda profesión liberal. A lo que se suma, que existe un claro techo de cristal. Y aquí se juega la parte feminista del film. Lograr el puesto para cubrir la voz del trailer de una cuatrilogía personificada por mujeres (se la ve fugazmente a Cameron Díaz en el papel de la amazona revolucionaria que dirige una horda de féminas para recuperar su territorio), implica algo más que desbancar al padre y dar lugar al necesario recambio generacional. Implica abrir un espacio hasta ese momento vedado para las mujeres en Hollywood. Nótense las ironías, subrayadas por esa hiperinflación tan hollywoodense, a propósito de la necesidad imperiosa de estar superando siempre las propias fronteras. La saga es una cuatrilogía, algo oportunamente subrayado por los personajes. El trailer es una evidente parodia a los blockbusters que inundan las pantallas actuales. Genna Davis, que aparece al final como la empresaria “hardboiled” que deberá elegir al ganador/a para el trabajo, lo pone negro sobre blanco: es el negocio, estúpidx! Para ella, amazona al fin, la meta se reduce simplemente a hacerse del lugar, para seguir multiplicando lo mismo de siempre. Una jibarización del feminismo. La vuelta de tuerca feminista del film, entonces, no radica en ganar o no ganar el puesto. Aunque convengamos en que eso ayuda. La industria cinematográfica está en el centro de la crítica, en tanto que emergente de una sociedad patriarcal, línea simpáticamente trabajada a partir del padre. No es tan terrible el tipo, pero jode. Es decir, parece un padre cariñoso, preocupado por el bienestar de ambas, Caroll y Dani. Sin embargo, por alguna razón, las hijas no comparten su entusiasmo convivial. Debe ser porque el padre las está desanimando todo el tiempo, porque las “feminiza”, lo cual en lenguaje macho quiere decir que las coloca en un lugar inferior, subalterno, bonito pero irrelevante. No parece ser tan acuciante el miedo del padre a ser desbancado, cuando al comienzo de la película le aconseja a Caroll que se dedique a copiar acentos, que le salen tan bien. El pánico le sobreviene recién hacia el final, cuando se da cuenta de que de verdad puede quedar emasculado por su propia hija, cuando ella se apropie de la Palabra de todas las palabras, la frase acuñada por Don Lafontaine: “In a world...”. En definitiva, la noviecita rubia resulta ser más sensata de lo que hace sospechar su apariencia de “blondie”, aunque apele a los archi-remanidos argumentos pro-familiaristas enunciados en la frase “lo único que cuenta es la familia”. Al menos sirve para que papi acepte el traspaso generacional, la antorcha que llevará finalmente al éxito en la vida. O sea, la sangre nunca llegará al río. Implica para él aceptar que su herederx es un ejemplar del sexo femenino, aunque resulta obvio que él hubiera preferido un varoncito, en la figura adoptada del enervante competidor de Caroll, Gustav. ¿Qué es lo feminista, entonces? Aparte de que la chica buena gana. Y es una chica. La escena final la muestra a Caroll feliz con su profesión de entrenadora de voz y más integrada a su entorno, protagonista de un espacio que es de ella o que ella se ha sabido hacer, al que ella pertenece. No es un final espectacular, sino que más bien tiende a desmitificar el éxito, ese constructo tan norteamericano. La conclusión, que parece evidente para la industria del cine, desemboca en la idea enunciada al comienzo: se dobla, no se rompe. No parece justo pedirle mucho más a un entretenimiento, aunque este producto dé pie para pensar en los techos de cristal, el sexismo laboral, el paternalismo, y todos los desmanes que produce en las vidas cotidianas de hombres y mujeres la estructura patriarcal del mundo que compartimos, ese “woooorld” que se estira pero no se ensancha. |
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February 2017
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